Por Rafael Fernández Rubio
Pepe Rubia recibía el reconocimiento y premio del Proyecto "Conoce tus fuentes", de la Universidad de Granada, no sé si se lo habían concedido por la cantidad de manantiales andaluces que había localizado y catalogado, o por las maravillosas fotos con que los había acompañado.
Pepe me pareció rudo en su mostrarse en público; sincero consigo mismo (¡difícil virtud!); franco y directo en el decir; frugal y espartano en el quehacer... ¡me pareció un buen tipo!... y allí nació un contacto y amistad, que perdura por años.
Desde entonces, semana tras semana, recibo su muy amplio reportaje fotográfico, con el itinerario en general montañero de su última caminada (en planta y en perfil), que muestra velocidades de vértigo en su andar que, ni "metiendo la primera", se tendría fuelle para seguir, y eso que lleva el corazón "reparáo", y que tiene que castigar al tobillo.
Pepe debe conocer a toda Capra hispanica, que se pasee enhiesta por las cornisas de tajos y despeñaderos; debe haber ahoyado con su planta todos los senderos y veredas; debe haber escuchado "the sound of water", en todas las sinfonías inigualables y en el más pristino de sus ambientes.
Es por todo ello que a Pepe le tengo sana envidia, porque en su quehacer, sin más atadura que la de sus botas, ha encontrado la verdadera calidad de vida, que regala el mejor manjar para el espíritu, y el mejor sueño para el alma. Le falta la pluma a Pepe para desarrollar el relato, y él la suple con la imagen fiel y permanente; por eso, cuando cada semana llega su colección fotográfica al abrir la primera imagen ya se está enganchado hasta llegar a la última.
Con este nuevo amigo he vuelto a subir (virtualmente), a muchas cumbres de Sierra Nevada; caminado casi semanalmente por sus rutas y senderos; bebido de
manantiales con los mejores enfoques fotográficos; refrescado las calores en aguas de deshielo que se despeñan; admirado en su macro a fauna y flora, con sus endemismos y singularidades; sentido, en su fotografiar, y en su decir puro "granaíno" (o motrileño), su profundo humanismo, sin retórica ni hojarasca, despojado de academicismos, en el verdadero "roman paladino", "en el qual suele el pueblo fablar a su veçino" que dijera Gonzalo de Berceo...
Con este verdadero penibetista (que así lo definiría mi padre, Fidel Fernández Martínez), he sentido el silbido de los vientos; perdido la orientación en la densa niebla; escudriñado las lagunas y lagunillos; visto al hielo hacerse agua, y al agua saltar entre rocas y labrar sus caminos, y me he indignado con él por la porquería abandonada por andariegos sin sensibilidad...
Pero, siendo mucho lo que he podido aprender de sus fotografías, que él pone en manos de los demás sin interés crematístico, hoy le quisiera rendir homenaje público de admiración, en esa parcela que domina porque la ama: el agua en la Alpujarra y en general en Sierra Nevada (y podríamos hablar de muchas otras sierras, pero esta sierra nuestra hoy tiene ganada preferencia).
Sin este gran amigo no sabríamos de muchos paisajes del agua, de innumerables rincones escondidos, de improntas de generaciones pasadas, de "haceres" ancestrales... Porque Pepe, en su tremenda sensibilidad, va captando veredas de un agua, en su estado natural, pero también domeñada sin rendirse, conducida en su querencia y en su arraigo que, acomodándose con todo rigor a los principios del más puro "conservacionismo", ha dado y da de beber al sediento y ha dado y da de comer al hambriento, en la más grandiosa de las obras de misericordia.
Sin querer queriendo, sus fotografías muestran toda la sapiencia de las acequias de careo que, en la inmensidad inconmensurable de lomas y "panderones", de nuestra sierra más emblemática, haciendo acequia en su discurrir, siembran gota tras gota en el agreste subsuelo, como orfebre que incrusta hilos de plata, en la epidermis de la montaña. Flujos argentíferos que, en su lento e invisible discurrir por el subsuelo, dan nacencia al minúsculo y milenario liquen y al grandioso y centenario castañar.
Se desempeña durante años en Cataluña, siendo sus últimos destinos Baza y Almuñécar, ya en tierras granadinas. Su quehacer ha estado ligado al servicio rural, con mucho monte, mucha Naturaleza y mucho desaprensivo..., hasta su jubilación, que le llevó al senderismo, en su búsqueda de actividades para ocupar el tiempo libre.
Pepe no ha tenido estudios medios ni superiores, es un autodidacta, que sin duda lee mucho, y lo que no sabe lo aprende en Internet. Pepe es oyente habitual de conferencias, en las que desde la sala, o desde el estrado, defiende sus tesis con vehemencia y convicción. Por eso, tal vez, sus amigos le califican como algo "cabezota", pero es que lo que piensa lo ha aprendido de la observación, y lo ha madurado, serena o apasionadamente, en sus diálogos íntimos con la Naturaleza, con la que mantiene trato personal y directo.
Mucho aprendió, también, de Antonio García Maldonado, profesor de Educación de Adultos, en el Centro de Educación Permanente de Motril, y conocido por "el Maestro" (¡bendita palabra!), con quien comulgaba en "el cuidado del medio ambiente, del patrimonio común en todos sus aspectos, de valores tan positivos como la libertad, el respeto, la equidad, la solidaridad...".
Pepe, uno de los alumnos más implicados, trabó gran amistad con el Maestro, que en él depositó gran confianza, asignándole el cargo de "guía" en muchos senderos, empeño en el que no ahorró esfuerzos de documentación y de recorrido previo del itinerario... enseñanzas que las tiene atesoradas en su ADN más profundo y consustancial.
Pepe se ha autodefinido, sencilla pero rotundamente, como "casado, amante de la Naturaleza y de la Vida", sin duda una excelente tarjeta de presentación, firmada con su Pentax y su Nikon, o con la Coolpix de su señora; como él dice "aficionado a la fotografía hasta donde llega el presupuesto", a lo que yo añadiría que llega mucho más allá, porque su presupuesto es exiguo. Pero grandiosos son sus paisajes, discretos sus enfoques, habladoras sus veredas, inolvidables sus naturalezas vivas y enrocadas.
Tal vez ayuda a entenderlo mejor si uno medita en lo que de él dice Pepe Marín, que para entenderlo "como Fotógrafo de la Naturaleza, primero habría que hablar de él como Hombre de la Naturaleza...".
Y, llegado a esta acertada consideración, permite desconocido lector, una rima: "No sigas este relato, / sin antes meditar un rato, / en este fiel y cabal retrato..."
Dice que busca "bischos y flores para afotar", pero añadiré que busca agua para ensoñar, para escuchar su música, para vivir su latir, para seguir el magnetismo de su discurrir... Una prueba, mínima sin duda, son las fotografías que acompañan a este relato, de esas aguas de la eterna Sierra Nevada, nombre que le puso un pueblo sabio, un pueblo sensible, un pueblo lleno de humanidad.
Porque el agua en esta sierra, desde cuando la viste de níveo manto, y desde que le regala el alba inmaculada, con los infinitos tonos de ese blanco, el más policromático de los colores, va a ser ya elemento consustancial de ella. Porque no se puede concebir Sierra Nevada, en general, y su vertiente meridional, La Alpujarra, en particular sin esa agua consustancial de su esencia.
Aguas que, desde su estado sólido, ya arropan la nacencia de tantas y tantas flores, y de tantos microorganismos invernantes e incluso hibernantes.
Nieves impolutas que retiene al agua para mejor momento; para alimentar a centenares de lagunas de origen glaciar, destilando su fruto maduro en un incesante goteo. Aguas puras y cristalinas, sin mácula, nacidas de la fusión de los neveros, que se van a remansar, quedas y trasparentes, en cien lagunas y lagunillos (que tan bien describe otro excelente amigo: Antonio Castillo Martín, en su libro: Lagunas de Sierra Nevada). Lagunas con todos los tonos de azules, blancos y verdes, y con los reflejos acerados de las moles montañosas, y de los escarpados riscos, y de los móviles canchales (eso que los botánicos llaman piso crioromediterráneo).
Nieves que reflejan con toda intensidad a las radiaciones ultravioleta e infrarrojas, porque aquí el espectro de la radiación lumínica se agranda, en sus escalas logarítmicas, para hacernos sentir que también hay energía en lo invisible, y colores que no percibimos...
Nieves que sufren en toda su intensidad las grandes variaciones térmicas, entre el día y la noche, el invierno y el estío. Gradientes térmicos responsables de esa fracturación de la roca (gelifracción), que va a dar lugar a verdaderos ríos de piedras, que discurren lentamente, secularmente, por las empinadas lomas y barranqueras.
Y aquí, en lo más inhóspito, donde parece que vida no podría haber, cada primavera, cada renacer de la existencia, esa vegetación, muchas veces mínima y rastrera, busca para su polinización una floración de intensos colores azules, rojos, amarillos, blancos, para atraer la atención de insectos, que parecen nacidos del hielo y de la lasca. Y Pepe es fiel notario que, en sus fotografías, da fe de su existencia, que es breve pero intensa.
Y Pepe sabe buscar esa flora y esa fauna, como el más contumaz
naturalista y biólogo, para mostrárnosla en sus macros, de tan sutil enfoque, imágenes que gusto guardar como fondo de pantalla en el ordenador, hasta la siguiente semana, que otras fotos llegarán, a cual más expresiva, para deleitar la vista y recrear los sentidos, porque estos hermanos menores (que así eran para San Francisco de Asís, y así deberíamos considerarlos nosotros), parecen mecerse con el viento, embelesar con sus aromas, y cautivar en sus movimientos...
Porque en esta vertiente de "la solana" alpujarreña, esa vida la da el agua, y la vida espera cada año a que con la primavera se fundan las nieves y se llenen los aljibes, lavaderos y pilares y hasta, antaño, se movieran los molinos hidráulicos enriscados en profundos barrancos. Molinos que, allá por 1572, se inventariaron en 181 de propiedad morisca y 33 de cristianos viejos..
Aquí el recuerdo se me mezcla, también, con esa vegetación de la tundra andina, que he sentido bajo mis pies, en la espina dorsal de esos países hermanos que son Chile, Argentina, Perú, Bolivia, Ecuador y Venezuela... es por ello que tantas veces los recuerdos de allí me han traído acá, y tantas veces los sentires de acá me han llevado allá... Sin saberlo hay un hermanamiento de estas dos geografías, tan distantes, que se unen en las arterias de un agua que lo valoriza todo, que lo engrandece, que lo iguala...
Aguas, decía que son vida, y vida de vida; que son energía en su discurrir superficial, y siembra para un renacer en su flujo subterráneo. Aguas que son infinitas, pero que son todas una, en ese ciclo hidrológico, que se renueva y cobra vida en cada uno de sus estadios. Aguas que son el más maravilloso e imprescindible de nuestros recursos renovables, que lo son en tanto en cuanto el depredador humano que llevamos dentro (ese homo hominis lupus que dijera Plauto), no las mancille, ultraje y degrade con la maldita contaminación.
Pepe, en sus ascensos y descensos, por la orografía de esta montaña penibética, debe llevar un ritmo imposible de seguir, si no es por su Aurelia, o algún hermano, sobrino o amigo. Pepe no tiene descanso ni cuando hace fotos (que ni para eso para), porque son muchos los kilómetros marcados en ese itinerario de cada día... menos mal que él sabe dónde hay aguas, donde están todas las aguas, donde se ocultan y hasta donde nacen..., porque si nosotros nacemos para morir, ellas "mueren" para nacer...
Por eso cuando un día aún cercano le dije que quería hilvanar este relato, su respuesta fue "mi vida es más simple que un botijo de barro, no vale la pena, no merezco nada", y en esa fortaleza se hizo irreductible...
Por eso este relato está escrito a escondidas, con alevosía, pero con mirada franca, sin concesiones, con sinceridad, y homenajeando a quien tanto ha fotografiado a esta montaña, erigida por la orogenia alpina y que, día a día, se empina un poco más, por los empujes de esa placa africana, que se desliza bajo la placa europea, con la complicidad de la placa de Alborán.
Y esto, Pepe, sucede desde anteayer, es decir desde el Plioceno Medio (hace apenas 3,6 millones de años), y seguirá sucediendo hasta que el mundo se serene y acaben sus convulsiones tectónicas (aunque mientras tanto ya deberían terminar las humanas, que más daño hacen)...
Ahora, Pepe Rubia González, si caen en tus manos estos pespuntes, no te reveles contra quienes te aprecian, y han contribuido al relato.
Piensa en cuántos se alegrarán de conocerte algo más, y en cuántos gozarán de tus fotografías, que son como disparos de flash en este blog, y que deberían entrar en el catálogo del "Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad".
Fotografías que habrían de estar a la entrada de cada pueblo empinado en esta Alpujarra, para marcar los pasos del visitante, o el excursionista, o el forastero que, huyendo del mundanal ruido, busca en la soledad, y en la Naturaleza en estado puro, el mejor de los bálsamos para sus quebrantos de cuerpo y alma.
Pepe, un día, por ley de vida (o de muerte), dejarás de hacer fotos de Sierra Nevada y de su Alpujarra... y ese día silenciosas bajarán las aguas; enmudecerán las cascadas; ahogaremos las penas en las acequias;... pero esas aguas, fundidas de las nieves, seguirán infiltrándose quedamente, en homenaje a tu persona; esas aguas continuarán fluyendo ocultas por el subsuelo, como hilos de plata; esas aguas aportarán su cosecha en mil y un manantiales; esas aguas se extrañarán de no verte... , y esas aguas, y todos nosotros, agradecerán y agradeceremos que hayas contribuido a hacer más de todos ese "Conoce tus fuentes", que me regaló el primer contacto personal contigo...
Pepe Rubia: ¡Que Dios te bendiga! ¡Gracias por haber fotografiado una y mil veces a La Alpujarra del agua! ¡Sigue incansable tu quehacer, muchos te lo agradeceremos!...
¡AMIGOS PARA SIEMPRE!!!