sábado, 26 de abril de 2014

Acequias de la Alpujarra (Sierra Nevada, España), generadoras de un paisaje singular


Antonio Castillo Martín
Hidrogeólogo
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Instituto del Agua de la Universidad de Granada
  
"Lo hacían mis antecesores árabes en la Alpujarra, y lo hacen quechuas y aymaras en los Andes, y lo hicieron sus ascendientes... y lo hacen himalayos y timorenses... Y os contaría de las amunas, que es otro facer semejante de los indios peruanos o bolivianos, en su mejor aprovechar las aguas de deshielo, y os diría que, con la recesión glaciar, estamos volviendo a sembrar aguas en aquellas laderas andinas, por encima de los 4.000 m de altitud. Y os contaría que en los Himalayas se están sembrando glaciares"...

Blog "sembraragua". Rafael Fernández Rubio (2011).


Sierra Nevada se levanta a los pies de la vega y la
ciudad de Granada- (Foto: Junta de Andalucía).
Sierra Nevada se sitúa al sur de la Península Ibérica, en las provincias de Granada y Almería. Su extensión es de 2.000 km2 y su línea de cumbres se extiende a lo largo de 80 km, en la que se suceden más de una veintena de picos por encima de 3.000 metros de altitud, entre los que destaca el Mulhacén (3.479 m), la máxima cima de la España peninsular.


Sierra Nevada es telón de fondo de la universal ciudad de
Granada y de la Alhambra, Patrimonio de la Humanidad.
Esta montaña es la segunda más alta de Europa, tras los Alpes, y la más meridional. Circunstancias ambas que la han convertido en una "isla" de enorme biodiversidad, con muchas especies raras o endémicas. En razón a sus valores naturales, fue declarada Reserva de la Biosfera y, más tarde, Parque Nacional.


Dentro de esta montaña, el presente artículo se centra en la Alpujarra, la vertiente sur, territorio en el que el hombre dejó, a través de los siglos, notoria impronta de su quehacer, en forma de acequias, careos, balsas, fuentes, albarradas y bancales. Un paisaje húmedo y frondoso singular que, pese a ser antrópico, hoy se nos ofrece totalmente naturalizado e integrado en el medio, al que aporta mayor singularidad, diversidad y riqueza. 
"Divisoria de mares" de Sierra Nevada. A la derecha, la vertiente norte atlántica;
a la izquierda, la sur mediterránea, en la que se enclavala Alpujarra.

UN PAISAJE CAMBIANTE

El paisaje de Sierra Nevada sufrió importantes cambios naturales durante los últimos periodos glaciares e interglaciares. Los registros polínicos, hallados en pequeñas turberas de praderas hidrófilas ("borreguiles" en el argot local), nos dicen que la cubierta vegetal pasó de tundras desérticas y frías, a bosques húmedos y cálidos de coníferas en altura, y de caducifolios en umbrías y valles.
Las partes más altas de Sierra Nevada están casi desprovistas de vegetación, mientras que por debajo de los 2.000 m de altitud dominan masas de pinares  de repoblación y restos de encinares y bosques de caducifolios.

Las acequias son muy comunes en todas las
laderas de Sierra Nevada.
La huella humana vendría a superponerse al paisaje natural. Desde antiguo, la Alpujarra fue lugar idóneo de poblamiento, por la abundancia en aguas de deshielo y buen clima, debido a su exposición al mediodía y a la proximidad del templado mar Mediterráneo.

Tras una primera etapa cazadora-recolectora, surgió con fuerza la agricultura y la ganadería. Con el tiempo, la expansión de ambas actividades necesitaría en Sierra Nevada de una ardua y laboriosa transformación del territorio, demasiado pendiente y con aguas excesivamente torrenciales.

De este modo, se empezó a construir (posiblemente a partir del siglo X) un denso entramado de acequias kilométricas, cuya finalidad era transportar y regular las impetuosas aguas del deshielo, al tiempo que se aparataban e irrigaban las laderas, desde las cotas más altas hasta las vegas bajas de los ríos. 

Por entonces, además, la cubierta vegetal natural había sufrido una fuerte degradación antrópica. No sólo eran las roturaciones necesarias para los cultivos, sino, sobre todo, la desnudez provocada por la utilización masiva de combustibles vegetales (en parte para minería), el diente del ganado, los incendios para generación de pastos y las necesidades constructivas de las viviendas.

Tras la Reconquista (siglo XV), las crónicas nos hablan de una sierra aparatada y desbrozada, herida por profundas cárcavas y torrenteras. En ella son frecuentes los deslizamientos, y muy potentes los depósitos de inundación de ríos y barrancos.

Con ese panorama, a principios del siglo XX se inician los primeros trabajos de repoblación forestal. Hoy día, los resultados de ese lento crecimiento arbóreo y de la revegetación natural saltan a la vista, con importantes extensiones de pinar, encinar y monte bajo, por debajo de los 2.000 m de altitud. Todo ello, ha conseguido corregir, en gran medida, la torrencialidad, deslizamientos y pérdidas de suelo. Masas arbóreas que será necesario manejar en el futuro, para diversificar y naturalizar convenientemente la cubierta vegetal.

LA INFLUENCIA DE LA REGULACIÓN DE LAS AGUAS

La regulación del agua en Sierra Nevada tuvo lugar a
cotas muy elevadas, dentro del área glaciar. En la
imagen Laguna
Hondera, en la cañada de Siete Lagunas.
Dejando a un lado los comentados cambios naturales y antrópicos en la cubierta vegetal y el paisaje, la agricultura y la regulación de las aguas para dicha actividad provocó una severa transformación del régimen hídrico de las laderas, y consecuentemente del paisaje asociado.

Típicos nacimientos de las partes altas de Sierra Nevada,
regulados naturalmente por el deshielo y la posterior
infiltración del agua.
Al principio, el hombre se encontró con la enorme ventaja de la elevada regulación natural ejercida por el deshielo y, a partir de él, por la circulación subsuperficial de buena parte de sus escorrentías. Ello permitió aprovechar suficientes caudales estivales para el abastecimiento y regadío, sin necesidad de acometer apenas infraestructuras de regulación.
               
Regueros de agua, que nacen de una laguna de origen glaciar, y dan vida a borreguiles.

Junto a los nacimientos más altos se suelen formar praderas
hidrófilas, denominadas  borreguiles, por ser muy apetecibles por las borregas (ovejas).
Pero la expansión de la población y del regadío necesitó pronto mayores garantías y caudales de agua, durante los estiajes y años secos. Era necesario, pues, un incremento del grado de retención de las aguas en la montaña.

Así quedan vestigios de pequeñas obras hidráulicas prerromanas y romanas; pero los verdaderos artífices de la regulación serían los árabes, que entendieron a la perfección el funcionamiento del ciclo hídrico, y trabajaron concienzudamente para mejorarlo y adecuarlo a sus necesidades.
                 
Detalle de una acequia a su paso por
pendientes laderas (Alto Trevélez).
Así pues, como ocurriría a lo largo de la historia con otros muchos pueblos y altas montañas del mundo, se acometió una compleja intervención hidráulica, consistente en realizar intensas derivaciones del agua de los ríos por acequias escalonadas en altura. La finalidad de estos canales iba mucho más allá del mero transporte del líquido elemento hasta las paratas de riego. Ese obsesivo y continuo derivar tenía como objetivo principal la regulación: retener las impetuosas aguas primaverales del deshielo, para que, por pérdidas inherentes al sistema o intencionadas, hidrataran la montaña y permanecieran en ella el mayor tiempo posible.       

Detalle de una parada o boquera en la acequia del Almiar
(cuenca del río Poqueira).
Las nuevas surgencias, resurgencias y aportaciones a cauces tributarios, daban lugar a renovados caudales aguas abajo en el cauce principal que, tan pronto eran suficientes y las condiciones topográficas lo permitían, eran derivados nuevamente, y así sucesivamente. En las acequias eran abundantes las pérdidas por fugas, roturas y rebosamientos, así como a través de la apertura y el manejo de boqueras y paradas a lo largo de su recorrido. Se trataba, como objetivo final, de "entretener", "carear" o "sembrar" aguas.

Efectos de la irrigación de pastizales desde una acequia
(valle del río Trevélez).
De hecho, muchas acequias, más que de transporte, eran de careo (con una mayoría de tipo mixto), especialmente abundantes en la Alpujarra oriental por su mayor aridez y déficit hídrico estival. Así, en lugares previamente elegidos, al principio por pura intuición, y luego confirmados por pruebas acierto-error, se dejaban perder o carear las aguas, en ciertos tramos y puntos estratégicos (simas, hundideros, boquetes...), con el fin de dar lugar a rezumaderos y fuentes ladera abajo. Sobre ese particular hay todavía un enorme bagaje de ciencia y sabiduría popular en la Alpujarra: careos largos y cortos; careos de invierno y de verano; careos concentrados y dispersos; careos de fuentes, de acequias y de ríos,...

Todas esas acciones dotaban a las laderas de una frondosa cubierta herbácea, e incluso arbustiva y arbórea en algunas zonas, con un buen grado de humedad estival y la existencia de abundantes manantiales y fuentes. Normalmente, los caudales surgentes eran modestos, si bien, por contrapartida, se mantenían durante bastante tiempo, especialmente los localizados a cotas más bajas. 

Balsa terrera de regulación de un pequeño manantial,
utilizada para generación de pastizal y regadío
(cuenca del río Trevélez).
Para facilitar los riegos a partir de esas aguas nacientes (previamente sembradas, como se ha comentado), era frecuente la construcción de balsas terreras de almacenamiento, en las que se utilizaba como impermeabilizante la launa (un tipo de filita propia de estos terrenos). En otros muchos casos, los manantiales eran captados directamente y conducidos hasta los pueblos como "aguas de boca".


Fuente de la carretera de Mairena,
claro ejemplo de surgencia ligada a
filtraciones de acequias y paratas de riego.
Dentro de ellos, las aguas se repartían por multitud de fuentes entre sus barrios y laberínticas callejuelas, con sus inseparables abrevaderos y lavaderos. Mientras, las sobrantes eran recogidas en albercas, para dar satisfacción a nuevos riegos.

Y, finalmente, el agua que llegaba por las acequias, a las diferentes paratas de cultivo, era aplicada al riego de alta dotación por gravedad (normalmente por surcos), lo que provocaba nuevamente pérdidas por filtraciones y la presencia de más manantiales aguas abajo.

Todas esas filtraciones, careos y riegos sucesivos "en escalera" provocaban una hidratación en lámina de las laderas, así como una progresiva dispersión de los rezumaderos asociados al sistema. Ello permitía abastecer pagos relativamente alejados de las tomas originales de los ríos, sin necesidad de conducciones, ni de costosos transportes del agua, a resguardo, además, de evaporaciones y posibles contaminaciones.

La dependencia de los manantiales de la Alpujarra, muy numerosos antaño, con las filtraciones, bien desde acequias, prácticas de careo o desde generosos riegos, es tan inequívoca y directa, que, cuando en tiempos recientes empiezan a abandonarse riegos y acequias (o estas se impermeabilizan),  las fuentes se secan o disminuyen drásticamente de caudal de forma rápida. Con lo que, del mismo modo que se crearon de arriba a abajo estos sistemas ancestrales de regulación y manejo del agua, las consecuencias del desastre (de la deshidratación) acaecen igualmente “en cascada o escalera”, pero en este caso de abajo hacia arriba.

En este devenir hay que reseñar que, hoy día, la agricultura en la Alpujarra se encuentra prácticamente desaparecida en cotas medias y altas. Y es así que el paulatino y generalizado abandono, de esa actividad, está borrando del paisaje las antiguas paratas y bancales de cultivo, y las acequias que le daban servicio, en gran parte invadidas por la repoblación forestal y por una vigorosa revegetación natural.

Destaca el fuerte contraste entre las tierras altas peladas y
frías de las cumbres de Sierra Nevada y las planicies litorales
cálidas y fértiles sembradas de invernaderos blancos de la
costa de Almería.
Como suele ocurrir, las causas de ese abandono hay que buscarlas en la insuficiente rentabilidad económica de este tipo casi artesanal de agricultura de montaña, que tiene poco margen de competencia con la moderna hortofruticultura intensiva.

Como se ha visto, el manejo histórico del agua, de este macizo montañoso de Sierra Nevada, responde a un sistema dinámico, vivo y, sobre todo, sumamente frágil, que es necesario conservar, para, entre otras muchas razones ambientales, etnográficas y culturales, no destruir un paisaje único, variado, frondoso y húmedo.

Cartel del programa de recuperación de acequias
(Parques Nacional y Natural de Sierra Nevada).
Las laderas meridionales de Sierra Nevada, orientadas al Mediterráneo, son verdaderos oasis, dentro de una región cada vez más cálida y árida. Su enorme singularidad paisajística, y también cultural ligada a los pueblos que las salpican, han convertido a la Alpujarra en destino privilegiado de un próspero turismo de naturaleza, pero también cultural, recreativo, de ocio, gastronomía, artesanía y ciencia...

Luces del atardecer sobre el río Mulhacén y lagunas del
Majano en la vertiente sur mediterránea de Sierra Nevada.
En virtud de todos estos valores, naturales y culturales, la Alpujarra es aparte de reserva de la Biosfera, Parque Nacional, y podría ser declarada en los próximos años por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

Por este motivo, son de alabar todas las iniciativas de potenciación de agricultura de montaña (artesana y ecológica), restauración de acequias y formación de acequieros, responsables del paisaje actual. Del mismo modo, es básico también el conocimiento científico y la conservación de la sabiduría popular de estas técnicas y oficios, que acometen hoy día las administraciones y la población local. 

acastill@ugr.es

www.paisajesdelagua.es

Todas las fotografías de este relato, excepto la primera, han sido realizadas por el autor.

            

lunes, 21 de abril de 2014

Acequias y careos de La Alpujarra (Sierra Nevada, España)


Jorge Novo Negrillo
Geólogo, Master en gestión de aguas
Experto en tecnologías sostenibles,
permacultura y medio ambiente


Rafael Fernández Rubio
  Catedrático Emérito de Hidrogeología
   Escuela Técnica Superior Ingenieros de Minas
Premio Rey Jaime I a la Protección del Medio Ambiente


Figura 1: Acequia Baja de Pitres a su paso sobre Capileira.  (La Alpujarra, Granada).
Foto: Jorge Novo.
¿Quién no ha disfrutado en la infancia, haciendo un pequeño surco, con el tacón del pié, para contemplar cómo el agua lo seguía, a favor de la gravedad? Pareciese que hacer canales es innato al ser humano...

El hombre lleva utilizando las canalizaciones, para conducir el agua, desde el principio de sus tiempos; aquellas obras, puntuales y sencillas en sus inicios, se expandieron por el mundo con el migrar de los pueblos. Con la necesidad y el ingenio, las técnicas mejoraron y este simple guiar el agua por un surco se abrió a la historia, en un abanico de soluciones técnicas muy versátiles.

Los canales hicieron posible una de las primeras revoluciones tecnológicas dentro de las primitivas sociedades agrícolas. Gracias a ellos, el hombre consiguió hacer llegar el agua a zonas fértiles, optimizando recursos, tiempo y esfuerzo. Y así, en esas áreas rurales, y alrededor del agua, aumentó la producción agrícola, dando alimento a una población más numerosa.
  
Figura 2: Acequias que siembran agua en las faldas
de Sierra Nevada. (Picar sobre la imagen para ampliar).
Entre estas canalizaciones, las acequias fueron capaces de adaptarse a la compleja orografía de las zonas montañosas del mundo, surcando con delgadas líneas sus escarpados relieves. La sabiduría ancestral llevó a aplicar y perfeccionar las técnicas hidráulicas de construcción artesanal, siempre adaptadas al entorno, e invariablemente en situación de resolver las complejidades de los intrincados trazados.

Su efectividad las hizo pieza clave para guiar las aguas en las escarpadas laderas, recreando su discurrir sobre la roca, cual  gargantillas y faldones de vida, que orlan a las altas cumbres,  haciéndolas elemento clave para  la producción de alimentos en las faldas de las montañas, donde el clima es favorable para ello.

Figura 3: Acequia ajustándose al contorno de las laderas.
Foto: Jorge Novo. (Picar sobre la imagen para ampliar).
Allí, donde obras de mayor envergadura eran imposibles, o poco duraderas ante las inclemencias del terreno (aguas de tormenta que destrozaban las estructuras, caídas de rocas que quebraban las obras, sedimentos que las taponaban,...), allí construyeron estos canales estrechos, con longitud muchas veces kilométrica, hasta alcanzar el destino buscado para las aguas.

Y, llegados a este punto, hemos de decir que de estas acequias existe una muy ingeniosa variante: los "careos", denominación con la que se designa, en La Alpujarra, a aquellas acequias que intencionadamente tienen tramos con fondos permeables, y/o que conducen las aguas a puntos donde se infiltra en el terreno (caladeros o simas).

La intención es "sembrar" aguas en materiales permeables naturales, que son empleados como almacén regulador y, lo que es más interesante, como conductos naturales subterráneos, a favor de acuíferos cutáneos o de fracturas, que posibilitan el transporte a los lugares de aprovechamiento, con muchas ventajas, además del ahorro constructivo.

Aspectos históricos

Aún está a debate cuándo y donde comenzaron aquellos alpujarreños a utilizar los careos como sistema de recarga artificial, a este respecto los historiadores y estudiosos tienen tarea pendiente. Sí parece que, en su origen, los careos se realizaban en áreas de pastoreo estival de ganado, en los panderones de las montañas, donde en el verano se aprovechaba el agua de las precipitaciones, y la procedente del deshielo de los neveros, guiándola según necesidades y derramándola en determinados lugares, para asegurar el crecimiento de los pastos en las laderas.

Figura 4: Acequia de Cañas, en Puente Palo. Foto: Pepe Rubia.
Si hablamos de la instauración de este sistema, en el sur de la  Península Ibérica, las evidencias arqueológicas y bibliográficas parecen apuntar a que estas técnicas, de manejo hídrico, en sus inicios se realizaron a pequeña escala, como soluciones locales, fruto de la sabiduría popular, para abastecer a pequeños huertos. En cada enclave se aplicaron variantes técnicas, siempre muy condicionadas por los materiales disponibles en las cercanías, la morfología del terreno y las características del suelo rocoso.

Pero, sin duda, el apogeo de la implantación de estos dispositivos se produjo a partir de la conquista árabe, de la mano de aquellos pueblos que sabían apreciar en todo su valor al líquido elemento, y que desarrollaron una avanzada cultura agraria en los territorios ocupados.

Figura 5: Molino hidráulico alimentado por una acequia.
A la izquierda la carihuela o camino zigzagueante empedrado
sube a una antigua mezquita. Foto: Jorge Novo.
Su empleo alcanzó cotas máximas en los últimos siglos de la época musulmana, siglos XIII a XV, cuando fue desarrollado un intrincado sistema de canalizaciones y acequias para el aprovechamiento máximo del agua” (Díaz Marta, 1989). Sí que es cierto que no hay acuerdo en la etnia exacta de origen,  barajándose entre otros el origen yemenita (Pirenne, 1977 y Carbonero, 1984); o el bereber (Barceló, 1986) apuntando al alto Atlas marroquí.

Lo que sí es evidente es que de este período histórico heredamos buena parte del vocabulario español, asociado a esta tecnología hidrológica; en nuestro caso, el término acequia, evoluciona a  partir del árabe “assáqya”, que a su vez, proviene del árabe clásico “sāqiyah”, el cual alude a la función irrigadora de un conducto de agua, aunque acequias se construyeron también para alimentar ingeniosos artilugios mecánicos, tales como los molinos hidráulicos ancestrales, por desgracia, frecuentemente en penoso estado de abandono.
 

Marco geográfico: La Alpujarra

La Alpujarra es una comarca histórica situada en Andalucía (España), en la vertiente meridional de Sierra Nevada, a caballo entre las provincias de Granada y Almería (Figura 6).
Alpujarras-Location1
Figura 6: Localización geográfica de La Alpujarra. (Fuente By Xufanc [CC-BY-SA-3.0 or GFDL], via Wikimedia Commons).
Su extensión se restringe a las faldas que descienden desde las cumbres nevadas de la ladera meridional de Sierra Nevada, hasta el valle excavado en dirección este-oeste, que se cierra al oeste por las profundas gargantas del río Guadalfeo, y al este por las del río Andarax, mientras que al sur lo confinan las sierras de Gador, la Contraviesa y Lújar.
 
A causa de su orientación al mediodía, y del abrigo de las montañas, La Alpujarra presenta un microclima que brinda condiciones óptimas para los cultivos. Pero aquí los materiales geológicos están constituidos por rocas poco permeables, las pendientes son escarpadas, la vegetación es escasa... y, como consecuencia, las aguas pluviales se despeñan entre los riscos, para acceder en plateadas cascadas a los encajados ríos que descienden de Sierra Nevada.

Así, la naturaleza, abrupta y montaraz, sólo permite el cultivo de pequeñas y estrechas parcelas agrícolas ("paratas"), en las que no son posibles las técnicas habituales de cultivo. Gracias a este impedimento aquellos hombres domaron el terreno, y forjaron un paisaje característico local de terrazas, para el disfrute de todos los sentidos.

Marco geológico

Como venimos relatando, la siembra de aguas aprovecha los materiales y estructuras subterráneas, a la hora de gestionar el recurso agua; por ello parece oportuno describir, siquiera sea en breve síntesis, los rasgos geológicos e hidrológicos más relevantes de este dominio, a sabiendas de que no tenemos espacio, ni es lugar, para adentrarnos profundamente en estas materias. 

Para quienes deseen situarse geológicamente en el área de estudio, con mayor detalle, recomendamos acudir al encuadre geológico recogido por las hojas cartográficas de la serie MAGNA50[1], que figuran en las siguientes imágenes (Figura 7 y 8).
Figura 7: Encuadre de las hojas cartográficas de la serie MAGNA 50 correspondientes a la zona de estudio.
Figura 8: Superposición de las hojas cartográficas sobre la imagen satelital.
[1] Se puede consultar cada hoja y su leyenda en detalle en http://www.igme.es/internet/cartografia/cartografia/magna50.asp o mediante el visor disponible en la red http://www.igme.es/infoigme/visor/

Las Cordilleras Béticas son producto de la colisión entre la placa Africana y la placa Eurasiática. Los sedimentos marinos, que se encontraban entre las placas colisionantes, se plegaron, deslizaron y cabalgaron, pliegues sobre pliegues, con inclinación (vergencia) al sur, originando un levantamiento topográfico del relieve. 

Esto que se puede imaginar complicado es fácil de visualizar si ejercemos presión, con ambas manos en sentido contrario, sobre un grupo de hojas de papel, estas se plegarán formando un montículo anticlinal, que puede llegar a tumbarse, podemos seguir ejerciendo presión y se formarán más pliegues llegando a deslizar unos sobre otros; a groso modo este mecanismo fue el que originó los relieves montañosos que nos ocupan.

Figura 9: Materiales rocosos poco permeables
 de La Alpujarra. Foto: Jorge Novo.
El núcleo de este gran anticlinal, formado por los materiales más antiguos, aflora en las partes altas de Sierra Nevada, dado que los estratos superiores han desaparecido por erosión. Corresponde geológicamente al denominado Complejo Nevado-Filábride, que se identifica con una serie de mantos de cabalgamiento, caracterizados por la alternancia de cuarcitas y esquistos con alto grado de metamorfismo; los colores de estos materiales van desde negros grisáceos a marrones rojizos, estos últimos por la presencia de óxidos de hierro. Es característica la laminación de estas rocas, que hace que se rompan en típicas formas planas, denominadas lajas.

Los esquistos son poco permeables, pero si lo son sus productos de alteración cutánea, que conforman una cubierta por la cual el agua se infiltra y circula sobre la roca madre, dando lugar a un acuífero cutáneo. Y esto sin olvidar a la circulación profunda, a través de fracturas, fallas y niveles carbonatados solubles.

Estratigráficamente por encima, aunque a cotas topográficas inferiores (al haberse erosionado las partes superiores del relieve), aparecen los materiales propios del denominado Complejo Alpujárride (Figura 10), que toma nombre de esta comarca, y que es de los tres complejos de las Zonas Internas Béticas, el que más ampliamente aflora en estos lares. También compuesto por un conjunto de mantos de corrimiento superpuestos; constituidos aquí por una base de filitas[2] con colores grises azulados, coronadas por materiales carbonatados con mayor o menor grado de metamorfismo[3], mármoles, dolomías y calizas que presentan color blanco sucio a gris, pudiendo encontrarse también tonos rojizos, debidos a oxidaciones.
Figura 10. Filitas del complejo alpujárride. Foto David Monge (geogata.com).
El alto grado de fracturación de los materiales carbonatados aporta una permeabilidad elevada, lo que permite que el agua infiltrada por las fisuras de lugar a formas kársticas de disolución que constituyen acuíferos de interés.
[2] Denominadas localmente: launa, aunque este término se refiere principalmente a las arcillas producto de su descomposición
[3] Conocidas por ciertos lugareños bajo el intuitivo nombre de: “calares”.


Marco hidrogeológico

Sierra Nevada posee unos recursos hídricos naturales medios de 620 hm3/año, y de ellos unos 250 podrían corresponder a La Alpujarra (Castillo, 1999). Recursos originados por las precipitaciones que, según la altitud y orientación del relieve, pueden variar desde los 1.300 mm en las cimas, a los 400 mm en las partes bajas; por encima de los 2.000 metros de altitud la precipitación suele ser en forma de nieve, que corona a las altas cumbres (Figura 11).
Figura 11: Nevando sobre La Alpujarra. Foto: Pepe Rubia.
Parte de este agua retorna a la atmósfera por evaporación y sublimación, y parte da lugar a esa infiltración descrita y a la escorrentía superficial.

No podemos olvidar las llamadas "precipitaciones ocultas": nieblas, escarchas, rocíos y demás aguas de condensación, que significan muchas veces partidas nada despreciables.

Figura 12. Precipitación orográfica.
Muchas de las precipitaciones que aquí acontecen responde a lo que se denomina "precipitación orográfica" (Figura 12), que se producen cuando una masa de aire húmeda choca con un relieve y se ve obligada a ascender por la ladera orientada al viento (barlovento), enfriándose y dando lugar a la precipitación. En la ladera opuesta (sotavento) no se producen estos aportes, ya que el aire, que tiene menos carga de agua, desciende calentándose y se hace más seco. Este efecto condiciona un marcado contraste climático, en las diferentes áreas geográficas, dependiendo de su orientación a sotavento o a barlovento (efecto "Föhen" o "Fohn").

Integrando estas consideraciones básicas previas, en la visión general del área de estudio, podemos observar este efecto en los sectores cuya orientación oeste incide en la ocurrencia de este tipo de lluvias, sobrepasando los 1.500 mm/año. En las zonas situadas a sotavento, se presentan precipitaciones de 400 mm/año e inferiores, propias de un clima desértico (Figura 13).
Figura 13: Imagen satelital de las Cordilleras Béticas; apréciese el contraste de verdor según orientación.
El clima también está marcado por la altitud del relieve. Son diferenciables franjas climáticas, delimitadas según las curvas de nivel, y las isotermas o curvas de temperatura, que en éstas generan. Definiendo estos niveles como pisos térmicos con características propias (Figura 14).
Figura 14: Imagen satelital de las Cordilleras Béticas.
(Se aprecia la gradación de vegetación según la cota del terreno, definiéndose los pisos climáticos).
Cómo hemos comentado, las precipitaciones que se producen por encima de los 2.000 metros lo hacen en forma de nieve, la cual se acumula en las cumbres. Estas cumbres heladas son elemento clave en la regulación del agua, ya que en periodos cálidos, cuando las precipitaciones son escasas, estas masas de nieve / hielo se derriten; aportando caudales importantes a todo el entorno natural y humano.

Para visualizar ciertos aspectos generales, sobre los caudales aportados, analizaremos el caso concreto del río Poqueira, uno de los cauces representativos de la región. Este río se sitúa en el flanco sur de Sierra Nevada. Teniendo en cuenta todos sus afluentes, su huella tiene 219 km, mientras que la superficie de la cuenca vertiente de 80,5 km2, lo que nos da una densidad para la red de drenaje de 2,4 km/km2, considerada baja (Figura 15).
Figura 15. Imagen satelital del río Poqueira. 13b): Jerarquía de órdenes de torrente en la cuenca del río Poqueira. Tomado de Pezzi et al. (1973).
Cuando analizamos los hidrogramas (Figura 16), observamos caudales superiores a la media anual entre Abril, Mayo y Junio, por esta fusión de nieves. Es así que el estiaje se inicia en Julio, y no es hasta Octubre cuando se comienzan a ver los primeros aumentos de nivel, por precipitación directa.
Figura 16. Hidrograma de los ríos de Sierra Nevada. Los datos correspondientes al Poqueira han sido tomados de la central de Pampaneira. La media del período considerado es de 1.35 m3/s. Tomado de Pezzi et al. (1973). 
El carácter nival de esta escorrentía se manifiesta como máximos de caudal, aun cuando las precipitaciones pasen por un mínimo estival propio del clima mediterráneo, coincidiendo estos aportes con la fusión de las nieves acumuladas en invierno (Figura 17). Este efecto se observa tanto en los ríos orientados al norte de Sierra Nevada, donde las precipitaciones son mayores, como en las zonas orientadas al sur. Los mayores aportes por deshielo de la zona sur están condicionados por la mayor insolación de los neveros. No es difícil imaginar, en este contexto, que la descarga natural de los locales, responde a esta misma distribución, alargando los periodos de agotamiento hasta la época estival.

Figura 17. Acequias alpujarreñas administrando
 las aguas de deshielo. (Picar sobre la imagen para ampliar).
Es así que las reservas de agua helada se funden cuando llegan temperaturas más altas, alimentando numerosos cauces y humedales. Se tiene por tanto una primera regulación natural del recurso. Y son entonces los careos, que infiltra parte de estas aguas, los que contribuyen a una segunda regulación, optimizando así su presencia, permanencia y rendimiento.

Podemos apreciar este efecto en la Figura 17, en la cual se observa cómo las acequias toman el agua de deshielo de los barrancos (a la derecha de la imagen) para guiarlas por las laderas hasta las zonas de derrama (izquierda de la imagen) delatadas por el verdor superficial.

Respecto a la hidrogeología, en la zona de estudio podemos diferenciar, como se ha visto en el apartado anterior, tres formaciones geológicas con diferentes comportamientos: la inferior (Paleozoico), muy potente, formada fundamentalmente por esquistos y micaesquistos poco permeables a priori; la segunda (Pérmico-Triásico inferior), de un centenar de metros de espesor, constituida por filitas y cuarcitas; y la tercera, formada por calizas y dolomías del Triásico medio y superior, permeables por fisuración y karstificación.

Recordemos que, como hemos mencionado, los materiales en esta vertiente meridional de Sierra Nevada se inclinan (buzan) al Sur, es decir: hacia la costa. Con esto, y teniendo en cuenta las características de cada una de las formaciones presentes, se define el esquema conceptual de los acuíferos principales y sus posibles líneas de flujo (Figura 18).

Figura 18. Corte esquemático de Sierra Nevada.
 Tomado de Jiménez-Perálvarez, 2012.
Resumiendo: las acequias de careo discurren sobre acuíferos cutáneos, desarrollados en suelos de reducido espesor, producto de la alteración superficial de este macizo rocoso, con escasa capacidad de retención (línea de flujo 1 en la Figura 18). Pero también existen flujos profundos a través de un basamento rocoso fracturado (líneas de flujo 2 y 3). Se puede hablar así de un sistema de flujo en la interfase suelo-roca, y de un sistema de conducción de agua relacionado con fracturas profundas, que respondería al clásico esquema de Tóth (1972).

Figura 19. Aguas ferruginosas emergentes y sus
típicos precipitados rojizos. Foto: Jorge Novo.
No hay que olvidar que, pese a la aparente simplicidad de estas características que hemos esquematizado, en cada caso particular hay que analizar la hidrogeología concreta local, ya que los flujos son complejos, entre otras causas, por el factor de circulación que se da por fracturas y planos permeables, no conocidos en detalle en muchos casos. Prueba de esta complejidad estructural es la disparidad química, detectada entre surgencias muy cercanas, especificidad que podemos a veces identificarla a simple vista, gracias a la presencia de precipitados en superficie, cuando se trata de aguas ferruginosas (Figura 19).

Un caso más evidente lo ofrecen las aguas termales, que ponen de manifiesto su circulación profunda, a través de la temperatura más elevada, con la que brotan en superficie.

Figura 20. Bloque diagrama Lanjarón. Fuente: FRASA.
La diversidad hidroquímica y termal está muy bien representada en el entorno de Lanjarón (Figura 20), donde se ha desarrollado una importante actividad de envasado de Agua Mineral Natural, de ingesta de aguas minero-medicinales y de utilización en balneoterapia de las aguas termales.

Careos: esquema de funcionamiento

Como venimos describiendo la recarga artificial, a través de las acequias de careo, consiste en recoger y guiar el agua de escorrentía, mediante acequias y ramales, hacia lugares altamente permeables (simas, caladeros…), donde percola en los sistemas acuíferos. Se trata de infiltrar el agua en el sistema acuífero cutáneo, de materiales superficiales alterados, y/o donde existe una densa red de fracturas, buscando con preferencia las conectadas con manantiales en áreas inferiores (Figura 21), para recuperar esa agua, tiempo después,  en las surgencias ladera abajo. 

Figura 21. Esquema de funcionamiento de las acequias de careo. Tomado de “Manual del acequiero” . Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
Según este esquema se dan dos modelos, el primero que aprovecha los materiales superficiales permeables, producto de la alteración de la roca madre, y el segundo que utiliza estructuras geológicas permeables (fracturas, fallas, diaclasas...). En el primer modelo las aguas, con muy leve contenido iónico, afloran en las cercanías, siendo usadas normalmente en regadíos. Los lugareños llaman a este tipo de surgencias "remanentes", y suelen mostrar agotamientos rápidos si cesa la actividad de recarga. En el segundo caso, las aguas aflorantes tienen un alto contenido de sales, tal y como muestra su conductividad eléctrica mayor, esto es fruto de su lento y largo recorrido subterráneo; los caudales se mantienen más constantes, en fuentes y manantiales, desde donde son usados para abastecimientos urbanos.

Parece ser que la técnica empleada por los originales "sembradores de agua" de La Alpujarra ,para investigar estas conexiones de la red hidrológica subterránea, fue la de “ensayo y error” y el uso de tintes en el agua (trazadores).

La recarga de los acuíferos

La recarga se lleva a cabo tanto por las pérdidas del sistema de acequias, en tramos permeables, tan beneficiosas en este entorno, cómo por la inundación de agua de las acequias sobre suelos bien desarrollados y/o en sistemas de fracturas; en ambos casos las aguas discurren subterráneamente hacia manantiales, fuentes y demás salideros conectados a la red de fracturas (Figura 22).

Figura 22. Esquema conceptual de funcionamiento hidráulico de La Alpujarra. 
Tomado de Pulido Bosch et al. (1995).
Con el objetivo de visualizar estos aspectos, nos acercamos mediante el software Google Earth a la acequia de los Hechos (Figura 23). Las coordenadas de observación, como siempre, figuran en el inferior de la imagen (recordamos que, para ampliar las imágenes, sólo hay que picar sobre ellas).
Figura 23. Trazado de la acequia de los Hechos resaltado con una línea azul. Fuente: Google Earth.
Podemos observar las relaciones entre áreas de infiltración y zonas húmedas verdes aguas abajo. En la siguiente figura se hace un zoom de la zona (Figura 24).
Figura 24. Acequia de los Hechos, zoom de acercamiento para visualizar el área descrita. 
Al comparar la zona de observación con la cartografía geológica, en el plano de la Serie MAGNA (Figura 24), es muy probable que la comunicación se establezca por la red de fracturas que se ubica entre estos puntos.
Figura 24. Comparación entre la imagen satelital y la capa de información geológica (MAGNA 50). 
Visualizando ahora el entorno (Figuras 25 y 26), podemos observar cómo las acequias recogen las aguas sobrantes, para hacerlas llegar a laderas menos favorecidas, aprovechando la gravedad, mediante un trazado que casi sigue a las curvas de nivel, infiltrándose en materiales y sistemas fracturados permeables. En definitiva: gestionando un recurso limitado, en un escenario complicado, con maestría inigualable.
Figura 25. Acequias derivadas del Río Trevélez. Fuente: imagen satelital Google Earth.
Figura 26. Acequias en el las laderas de la Alpujarra. Río Trevélez.
En la imagen superior se aprecia el efecto de “cortina de agua” que se crea bajo las acequias por la acción de la recarga inducida, dando vida y valor a una parte de la ladera; las flechas señalan a las acequias más destacadas. Pero se anima al lector a percibir en la imagen la multitud de trazados acequias.

Aquellos “ingenieros”[5] del pasado pusieron en funcionamiento fruto de la sabiduría popular que, de forma sencilla e integrada ambientalmente, permite el mejor manejo hídrico, creando plumas de agua en laderas y logrando, en definitiva, que la sierra actúe como un verdadero embalse subterráneo de regulación hídrica.
[5] Entiéndase como: creador de inventos a base de aplicar el ingenio.

Características constructivas

El trazado de estas acequias, talladas en la roca, sigue aproximadamente las curvas de nivel, aunque en realidad se desvía gradualmente de ellas, con una pendiente mínima, de entre el 1% y el 3%, como se puede observar claramente en la Figura 27, donde en línea azul se ha identificado el trazado de la acequia, mientra que las líneas naranja, marcan a las curvas de nivel.
Figura 27. Superposición de la capa curvas de nivel (en naranja) sobre trazado de la acequia de Vacares (en azul).
Obsérvese la relación con las curvas de nivel. (Picar sobre la imágen para ampliar).
El material extraído en el canal (con sección en forma de artesa), se dispone en la cara de valle de la obra, compactándolo y elevándolo hasta una altura conveniente, a fin de contener desbordamientos puntuales (banquetas recrecidas) (Figura 28), y reforzándolo si es necesario con piedras y obras de mampostería en las zonas de mayor erosión previsible. Este recrecimiento del terreno, paralelo al canal suele ser acondicionado y utilizado como camino de tránsito para el mantenimiento del canal (Figuras 29 y 30).
Figura 28. Sección tipo de una acequia.
Fuente: Manual del acequiero. Agencia Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
Figura 29. Labores de construcción de una acequia. Foto: Enrique Escalante.
Figura 30. Acequia Real de Cástaras. Foto: Luis Sánchez.
Uno de los retos a vencer son los indeseados efectos erosivos del flujo, que destruirían rápidamente a estas conducciones; por ello son habituales los trazados con pendientes menores al 3% de desnivel; así mismo, si es necesario reducir la velocidad del agua, se realizan diferentes artificios de parada, intercalados en los tramos, favoreciendo la infiltración natural de agua en el acuífero. En los tramos de infiltración, el trazado busca discurrir sobre sectores de mayor permeabilidad; sin embargo, si se tiene que atravesar una zona permeable no deseada, se puede acentuar la pendiente o revestir el canal con "launa" o material de mampostería, para minimizar las perdidas.

Elementos constructivos

En la construcción de las acequias, se emplean elementos de procedencia natural, de origen local: rocas, lajas, launa[6]troncos, ramas, fibras, plantas, barreras vivas, atochadas[7], bloques tallados, mampostería,... y la propia acequia se excava (en terrenos sueltos), o se talla en la roca viva.
[6] La launa es una arcilla magnésica de estructura pizarrosa y color gris azulado, que resulta de la descomposición de las filitas alpujárrides; cuando están húmedas poseen excelentes propiedades impermeables y aislantes, son utilizadas para impermeabilizar muchas de las estructuras tradicionales de la Alpujarra, incluidas las acequias y careos.
[7] Atochada: Entramado de esparto para represar un cauce o para recubrir las paredes de las acequias y boqueras.

El manejo de las piedras en estas obras es un legado generacional, que incluye conceptos de mampostería hidráulica apropiados para cada caso específico. Son ideales, a la hora de los revestimientos, las lajas o piedras planas de dimensiones adecuadas, muy utilizadas en estas construcciones por su resistencia a la erosión, relativa impermeabilidad, abundancia y facilidad de acoplamiento, con la ventaja de no afectar a la calidad del agua. La perdurabilidad de estos ingenios de construcción sencilla, mediante piedras y lajas dispuestas sin argamasa, es testimonio de su adecuación al medio.

En este apartado, no podemos más que hacernos eco de lo perfectamente descrito en el “Manual del acequiero”, obra en la cual, mediante dibujos muy sencillo e ilustrativos, se expresan las diferentes disposiciones básicas de los elementos constructivos, según las necesidades de regulación. Destacando lo que en este manual se expone: "Las técnicas basadas exclusivamente en hormigón, o elementos prefabricados, no tienen la suficiente adaptabilidad a las impredecibles condiciones por donde discurren las acequias".

Así podemos destacar
  • Empleo de arcillas (launa), en recubrimientos básicos de mampostería (Figura 31).
Figura 31. Acabados del fondo del canal. Tomado de “Manual del acequiero”.
Consejería de Medio Ambiente. Junta de  Andalucía.
  • Empleo de lajas: en el fondo y laterales de la excavación enterradas en parte en la tierra (Figura 32).
Figura 32. Acequia revestida con mampostería hidráulica. Foto: Jorge Novo.
Con las disposiciones de los elementos, se busca la impermeabilización de la acequia, el control de la velocidad del agua y la resistencia a la erosión. En el “Manual del acequiero” se destaca la adecuación de estas técnicas, como se indica en la Figura 33.
Figura 33. Acabados del fondo del canal. Tomado de “Manual del acequiero”. Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
Protección de los bordes del canal con lajas: los tramos de mayor erosionabilidad, del trazado de la acequia, se protegen mediante lajas apoyadas en la pared, situadas de manera vertical alineando una con otra, a modo de barrera protectora. Esta técnica permite mejorar la impermeabilización, facilitar el drenaje, protejer las laderas y las zonas de la obra con curvas más pronunciadas, reducir la erosión, etc. (Figuras 34, 35 y 36).
Figura 34. Mampostería hidráulica: a) Estructura del canal protegido por piedras enterradas en tramos de gran pendiente y sujetos a fuerte desgaste. b) Lajas protegiendo el borde exterior del canal en curva pronunciada.
 (Tomado de Escalante et al. 2005).
Figura 35. Empleo de lajas en el borde del cauce. (Tomado de “Manual del acequiero”.
Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
Figura 36: Empleo de lajas en la protección de los bordes.
Acequia Baja de Mecina Bombarón. Foto: Luis Sánchez.

Artilugios para el control del agua

Estas acequias incluyen distintos elementos, que forman parte del sistema, con funciones específicas. Los podemos integrar en tres grupos, según su localización dentro del sistema. Así tendremos subsistemas de captación, artilugios en tramos y artilugios en zonas de vertidos.

Subsistemas de captación: se sitúan en las cabeceras de los cauces naturales, para aprovechar las aguas estacionales. Entre estos artilugios se incluyen:

Bocatomas: estructuras realizadas a fin de captar el agua del torrente hacia la canalización; cuando tienen carácter temporal se construyen mediante apilamiento de piedras y arena, en zonas propicias del cauce que se renuevan cada temporada.

Azudes y represas: el sistema de captación se realiza frecuentemente mediante construcciones semipermeables, cuya función es elevar el nivel del agua hasta la compuerta o gola, que regula la entrada de agua a la acequia (Figura 37). Normalmente, el diseño y construcción de estos artilugios pretende la supervivencia de la obra varios años.
Figura 37. Representación artística de la construcción de un azud en un cauce natural.
Realizada por Jorge Novo.
Los elementos de una toma “tipo” se pueden contemplar en el mencionado “Manual del acequiero” (Figura 38).
Figura 38. Planta esquemática de una toma de agua. Se recogen los diferentes elementos utilizados.
Tomado de “Manual del acequiero”. Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
A este caudal principal captado se le pueden ir añadiendo otros aportes. En la Figura 39 se puede apreciar el aporte de los borreguiles a la acequia de los Hechos. 
Figura 39: Aportes de caudal a la acequia de los Hechos. Tomada de Google Earth.

Artilugios en tramos de conducción

Dependiendo de las características de cada lugar, se presentan condicionantes propios, que se han de resolver en los diferentes tramos. Poco espacio disponible, dureza de los materiales, inclinación de la ladera, permeabilidad del terreno variable, saltos de altura, etc. son factores habituales, que van configurando los detalles de las obras para cada caso.

Así se encuentran a lo largo del recorrido diferentes elementos, que integran un abanico de soluciones posibles, avaladas por la experiencia en este legado histórico. Estos ingenios cubren las necesidades puntuales, en cada reto planteado en el control de las aguas. A continuación se describen los principales.

  • Tornas: aunque este es el nombre que pueden recibir las captaciones principales en el origen de la obra, se denominan también así a las derivaciones que toman caudal de la acequia (Figuras 40 y 41); se realiza una pequeña elevación con materiales en el fondo del cauce, lo que facilita la derivación de parte del caudal se denominan “caeero” si se enfrentan a grandes caídas, o “guiadero” si están implicados en recargas (careos). Estas derivaciones pueden tener un sentido práctico, por ejemplo regulación de caudal soportable por la obra (Figura 42) vertiendo el agua sobrante al cauce natural.
Figura 40. Derivando las aguas. Foto: Enrique Escalante.
Figura 41. Derivando parte del caudal de la acequia. Foto: Enrique Escalante.
Figura 42. Compuertas de control de caudal en acequias. A la derecha Torna. Foto: Jorge Novo.
  • Limitadores de caudal: artificios que regulan la entrada de una cantidad máxima a la acequia, para asegurar que el sistema no falle aguas abajo. El caudal se adapta a la capacidad de la acequia, manteniendo límites de seguridad frente a desbordamientos, que dañarían a las obras (Figura 43).
Figura 43. Limitador de caudal en una acequia. Obsérvese como la laja permite que el caudal deseado pase por debajo de la misma. Foto: Enrique Escalante.
  • Frenos: cuando la acequia no puede realizarse con pendiente favorable se produce un aumento de la velocidad del agua, que siempre es el primer enemigo frente a la estabilidad de la obra, erosionándola y en definitiva afectando a su buen funcionamiento; en estos casos se recurre a la interposición de diferentes irregularidades, y al trazado zigzagueante del cauce, a fin de adecuar la velocidad a condiciones más favorables.
  • Saltos: a la hora de salvar desniveles del terreno, es habitual emplear los saltos o caídas verticales de agua; para evitar la erosión, se escalona la pendiente incorporando elementos de protección, como piedras retacadas en las zonas de mayor fricción, y pozas de agua donde se frena la velocidad (Figura 44); estos saltos tienen gran importancia a la hora de oxigenar las aguas.
    Figura 44. Salto, obsérvese el refuerzo empedrado en la zona de golpeo del agua para evitar la erosión. Foto: Jorge Novo.

  • Partidores: artificios que dividen un canal en dos o más (Figura 45), manteniendo los caudales deseados en cada ramal, según convenios establecidos en la juntas de riego. 
Figura 45. Partidor bajo pista en la acequia del Espino.
Tomado de “Manual del acequiero”. Consejería de Medio Ambiente.
Junta de Andalucía.
Estos artificios también se pueden conjugar con trampas de sedimentos (Figura 46).
Figura 46. Pequeño partidor en una acequia, se observa como se disponen antes de éste saltos con los cuales se propicia el depósito de sedimentos en zonas fáciles de limpiar. Foto: Jorge Novo. 
Pasos y vaguadas: pequeños puentes sobre las acequias, realizados con elementos naturales locales. Según sea su función (tránsito de personas o animales, pasos superiores de torrentes que serían dañinos para la supervivencia de la acequia, etc.) los diseños se hacen más complejos. Muchas veces una sola piedra plana hace de puente; en otras ocasiones obras más elaboradas, denominadas “canoas”, que incluyen cimentaciones, vigas de madera y materiales dispuestos en capas (elementos vegetales, morteros, finos, lajas, etc.) Este detalle lo podemos ver en la Figura 47, donde se aprecian diversos elementos comunes de este tipo de actuaciones.
Figura 47. Canoa, paso sobre acequia. Foto: Jorge Novo.
Barranqueras: se trata de protecciones para la estabilidad de la ladera, en zonas de arrastres y protección de los caminos de la acequia. Se realizan por apilamiento de rocas o madera, normalmente anclada a elementos fijos próximos, rocas o vegetación (Figura 48).
Figura 48. Barranquera sobre la acequia baja (Capileira). Foto: Enrique Escalante.
Vertido: que se localiza en los lugares donde la acequia realiza el vertido o recarga.

Figura 49. Vertiendo el agua de la acequia. Foto: Enrique Escalante.
Figura 50. Vertiendo agua de la acequia. Foto: Enrique Escalante.

El agua recargada en los sistemas de fracturas aflora aguas abajo, en forma de fuentes y manantiales, como ya se ha mencionado en puntos anteriores, donde suele ser recogida y gestionada a partir de otras acequias, para ser distribuida por el acequiero para el riego (Figura 51).
Figura 51. Campos regados por las acequias, en este caso "criaderos". Foto: Enrique Escalante.
Almacenamiento: que se ubica en las zonas inferiores, e incluye diferentes dispositivos. Son comunes las albercas y pequeños microreservorios (Figuras 52 y 53), depósitos tradicionales de pequeña capacidad excavados en zonas planas que, dadas las limitaciones de espacio, suelen adaptar su morfología al terreno. El fondo de estas construcciones se recubría tradicionalmente con launa, yeso u otro tipo de material impermeabilizante.
Figura 52. Alberca de Nieles. Foto: Luis Sánchez.
Figura 53. Pequeña alberca que da agua a un huerto. Foto: Jorge Novo.
Desde estos dispositivos se conduce el agua a los diferentes usos directos, y principalmente al riego.


Mantenimiento de las instalaciones

El mantenimiento cotidiano de las acequias es una de las labores principales del acequiero, sin embargo en su construcción inicial o en periodos donde son necesarias actuaciones de mantenimiento de mayor índole, son los propios lugareños quienes se juntaban para realizar las tareas en comunidad, que de otra manera no serian posibles. Es así el agua un fruto de la colaboración social, siendo "agua por todos y para todos". Este echo también es y fue así en las diferentes zonas del mundo donde la siembra de aguas es y fue una manera sostenible de gestión de las mismas. Al participar en este empeño, las personas se conciencian del valor de este recurso, haciendo crecer en su interior un respeto por un bien común y estando su disfrute asociado a una serie de obligaciones. Esto esta muy bien reflejado en el siguiente párrafo de la ya mencionada obra "Manual del acequiero":

"Hasta hace unos años todo el pueblo se implicaba en las labores de mantenimiento y limpieza de acequias como una obligación social. Estaba mal visto que algún paisano, fuese de la condición que fuese, se negara al cumplimiento de ésta. Si alguien no podía asistir, debía realizar algún tipo de compensación: ya fuera descontándose horas de riego, tributando en dinero o pagando en especie para subsanar su ausencia en estas labores."[9] 
[9] “Manual del acequiero”. 
Figura 54. Bando para la limpieza de acequias, Mecina Bombarrón.
Tomado de “Manual del acequiero”. Consejería de Medio Ambiente. Junta de Andalucía.
Estas actividades comunitarias de mantenimiento corresponden principalmente con dos momentos importantes en que las acequias requieren de mantenimiento anual mínimo: antes de los periodos con mayores aportaciones (lluvias y deshielos), y después de estos. Ya que estas obras están constantemente expuestas a procesos geomorfológicos propios de las alturas, asociados con pendientes elevadas, como son la caída de sólidos que taponan o rompen los conductos, además del crecimiento excesivo de vegetación, embalsamientos, erosiones, acarcavamientos, colmatación, etc.

Las revisiones periódicas de mantenimiento, como ya hemos mencionado, que se dan a cargo del acequiero, han de asegurar que no se produzcan desperfectos en la obra, que serían fatales para la eficiencia del sistema. En el mantenimiento cotidiano, cabe destacar la descolmatación por finos, que se retiran periódicamente durante el uso a fin de evitar pérdidas de efectividad del sistema.


Ubicaciones

En torno al año 2000, los gestores del Parque Nacional de Sierra Nevada completaron el inventario de acequias de careo o guiadero. Se catalogaron, definieron y georeferenciaron un total de 23 acequias de careo , dentro de las 127 inventariadas [10]
[10] Por el Grupo Tragsa.  

Se calculó, teniendo en cuenta todos los tramos conocidos, una longitud total de 125.224 metros.
Según este inventario (Cano-Manuel y Grupo Tragsa, 2000), las acequias de careo son más frecuentes e importantes en la parte oriental de Sierra Nevada, donde se localizan las menores altitudes de la cordillera, se recogen menores precipitaciones (mayor necesidad de regulación), y se dispone de un clima más propicio para el riego.

En el año 2012 la Diputación de Granada, con la colaboración del Parque Nacional y Natural de Sierra Nevada, realizó “1ª edición cartográfica de las acequias de careo del macizo de Sierra Nevada”, accesible en la plataforma SIGGRA . 

Sin embargo aun hay trabajo por hacer en el estudio de las acequias y careos, quedan por estudiar y clasificar debidamente algunas de mucho interés por su singularidad; por ejemplo las que se encuentran entre el barranco Carreras y el barranco del Teatino, en la cabecera del río del Toril, acequias de pequeñas dimensiones, pero con una belleza particular por su diseño (Figura 55).
Figura 55. Acequias singulares de La Alpujarra.
Muchas son las acequias, y en posteriores artículos visitaremos virtualmente alguna de estas a detalle para el disfrute de todos. Sin embargo nombraremos aquí , sin querer menospreciar otras, tres que destacan por su tamaño y grado de preservación:

Acequias de Mecina-Bombarón. La acequia de Mecina es la mayor acequia de careo de toda Sierra Nevada; dispone de un sistema de acequias muy bien desarrollado, y en su recorrido se pueden encontrar cerca de 20 simas donde se reparte el agua (Cara, 1989; Ben Sbih y Pulido Bosch, 1996).

Acequia de Bérchules. Dispone de grandes acequias de riego y dos de careo. La Comunidad de Regantes gestiona tres acequias de careo: acequias de los Vadillos, de la Loma y del Monte. Los careos se emplean para abastecimiento directo de la población (Figura 56 y 57).
Figura 56. Acequia de Bérchules, parte alta.
Figura 57. Acequia de Bérchules, vista panorámica.
Acequia de Trevélez. Buen estado de conservación, y escasa presencia de “nuevos materiales” empleados en labores de mantenimiento (Delaigue, 1995).


Modelos de gestión

La ejecución de la acequia generalmente ha sido fruto de un trabajo comunitario, por parte de los futuros usuarios de ésta, que reciben así derechos de uso. Éstos mismos llevan a cabo las obras de mantenimiento y modificaciones, fruto de acuerdos en las comunidades de regantes.

El agua, procedente de los ventisqueros, es conducida por acequias y sistemas de compuertas a los careos, en un sistema de turnos. A la hora del reparto de las aguas, la figura del acequiero es elemento primordial, encargado del control de compuertas, y algunos autores le dan la exclusividad en estas labores (Al-Mudayna, 1991 y Vidal, 1995). Este oficio, de acequiero, está adscrito tradicionalmente a la herencia familiar, que suele transmitirse de padres a hijos. El acequiero es sabedor de las técnicas a emplear en cada caso, y mantiene el conocimiento del funcionamiento del acuífero; especialmente se transmiten las áreas de recarga y drenaje principales, su relación con la red de fracturas del macizo rocoso, el desarrollo de suelos y el justo reparto de caudales.

Estas tradiciones se están perdiendo, desafortunadamente, por el desinterés generado hacia las costumbres rurales profundas, convirtiéndose el acequiero en “una especie en vías de extinción”.

Aspectos medioambientales

Ante todo destacar que el primer beneficiado es el medio ambiente...

Figura 58. Agua y vida en la Alpujarra.
Foto: David Monge (geogata.com)
Cómo ya se ha mencionado, el agua que se toma es un agua natural excedente que, de otra forma, acabaría en el mar sin llegar a infiltrarse. Bien planificadas, no suponen una pérdida de caudal ecológico de los cursos naturales, ya que estos sistemas actúan como elementos reguladores, que aumentan el tiempo de permanencia del recurso agua, y mejoran su reparto estacional.

En las laderas donde este sistema fue implantado antaño, se han generado paisajes y ecosistemas de gran importancia por sus valores ambientales actuales, con presencia de vegetación sobre las laderas, y existencia de rica fauna asociada, siendo así nichos ecológicos de extraordinario valor (Figuras 59 y 60).
Figura 59. Castañar y bosque mediterráneo por encima de Lnajarón. Foto: Rafael Fernández Rubio.
La cara de valle de la acequia, muchas veces es apoyada por la plantación de árboles para que las raíces de éstos sirvan de anclaje a la obra; se frene a la erosión; se cree un suelo rico, por el aporte de hojas estacionales y excrementos de animales, se incremente la permeabilidad por el efecto beneficioso de las raíces... ventajas a las que se suma el hecho de poder hoy disfrutar  de bosques de castaños, almendros y frutales diversos, a los pies de las acequias.
Figura 60: Castaño apoyado en pedriza. Foto: Jorge Novo.
También es de destacar que, dado que los materiales utilizados son elementos naturales (piedras mayormente), cuando las obras se rompen o quedan en deshuso, no se genera un impacto visual por los restos de las mismas, como es el caso de las obras de hormigón (Figura 61), que deberían estar proscritas en las actuaciones sobre este verdadero (aunque aún no declarado) Patrimonio de la Humanidad.
Figura 61: Acequia Real de Trevélez o de Almengijar , a su paso por el cortijo de la Panjuila,
desafortunadamente en hormigón.

Aspectos culturales y etnográficos.

Las acequias y careos están unidos íntimamente a las costumbres y raíces de cada lugar por el que discurren. Son base de una muy interesante agricultura de terrazas que, buscando ganar a las pendientes laderas pequeños retales de terreno, a costa de un titánico esfuerzo, han cambiado el paisaje generación a generación, y con éste, la cultura del lugar.
Figura 62: Pueblos blancos de La Alpujarra.
Junto a las acequias, se difunden tanto las técnicas propias de la obra, como las tradiciones y festejos que, arraigadas en la cultura popular, sirven para marcar las fechas importantes en las labores a realizar para el mantenimiento de estos dispositivos. Igualmente, estos sistemas hacen posible que florezca un entramado económico social propio, mediante las relaciones entre los usuarios, el establecimiento de turnos, la propiedad y los derechos sobre las aguas.


Figura 63. Tejado típico alpujarreño, terminado con launa. Foto Jorge Novo.
Se podría así asegurar, que las acequias son, también, canal de unión y relación entre los habitantes y sus costumbres, ya que aportan características regionales comunes, como es bien evidente en La Alpujarra.
Estos manejos del agua aportan un gran potencial formativo, incluso terapéutico, actuando positivamente en la salud de las personas que cohabitan con ellos. Es así que lo ideal sería integrar este potencial infrautilizado, en actividades educativas humanas, para entender las relaciones básicas naturales de una manera activa-participativa, inter-actuando con los elementos, reubicando en la mente colectiva los orígenes de los recursos de los que disfrutamos, y las responsabilidades que conlleva su uso racional.

Factor de desarrollo local

La implantación, conservación y difusión de estas obras es motor de desarrollo local, y son la agricultura y la ganadería los primeros beneficiarios de la presencia de estos dispositivos, generando en el entorno una gama de productos propios de abastecimiento, que favorecen la presencia de asentamientos estables y, por lo común, un superávit que hace posible el comercio.


La biodiversidad que da cobijo a sus pies, los entornos propios de cada paisaje, y ese gusto por caminar “a la vera del agua”, hacen que se potencie el atractivo turístico del entorno.
Figura 64: Grupo de Yoga visitando las acequias. Foto David Monge (www.geogata.com)

Aspectos económicos

Es difícil de estimar los costes de construcción de la mayoría de los careos heredados de nuestros ancestros.


No obstante, gracias a las comunidades de regantes, que mantenían un registro escrito, se dispone de numerosa información referente a cómo se dividían las partidas necesarias para atender a la mano de obra e insumos referentes a la construcción de las grandes acequias. Por desgracia, éste no parece ser el caso de los careos; la escasa información disponible está basada en testimonios orales de los regantes, y es poco concreta en muchos casos.

Las tareas de recuperación más importantes, que se vienen realizando, son gestionadas y financiadas por el Parque Nacional de Sierra Nevada, y vienen siendo ejecutadas en buena parte por el Grupo Tragsa, desde 1999. En el año 2000 se realizaron 36 intervenciones en varios tramos de ellas, y al menos en siete acequias de careo. 

Sin embargo, hoy en día aun muchas acequias y careos están en estado de abandono, las laderas de las montañas se secan en silencio, sin estas venas azules que les daban vida; las fuentes se extinguen, y el agua que llega por canalizaciones de hormigón y tuberías acalla las mentes de las nuevas generaciones, que olvidan esta impresionante memoria histórica. La labor de mantener esta cultura del agua es urgente, pues cada día que pasa aumenta el desconocimiento y se pierde un patrimonio cultural irrecuperable.


Muy urgente es, sin duda, recoger el legado de esos grandes “sabios de campo”, que se están extinguiendo, normalmente infravalorados y olvidados sin pasar el testigo generacional; estos agricultores, acequieros y gente de saberes populares, son fuentes vivas de datos y experiencias no recogidas en libros, son depositarios de un conocimiento del medio que, si no se transmite  de generación en generación, supondrá sin duda una pérdida irreparable.
Figura 65. Acequiero en las labores de transmisión de su conocimiento. Foto: Enrique Escalante.

Agradecimientos

A cuantos han contribuido con material fotográfico, de indudable valor: Antonio Castillo Martín, José Rubia González, Enrique Fernández Escalante, David Monge y Luis Sánchez; imágenes que se completan con las satelitales de Google Earth.

Mención especial a los promotores y autores de la extraordinaria obra "Manual del acequiero" joya impresa de la que mucho podemos aprender, al tiempo que disfrutamos de las maravillosas imágenes que contiene, y especialmente de las acuarelas de José Daniel Cabrera Peña y Rocío Espín Piñar, que nos transportan mentalmente junto a las acequias, hasta el punto de poder "escuchar" el  canto de estas aguas. Agradecimiento a la Consejería de Medio Ambiente, de la Junta de Andalucía, por esta maravillosa publicación de la que hemos podido reproducir algunas imágenes en este relato.


Epílogo...


Los autores de este relato, defensores a ultranza de tan valioso e insustituible recurso, no quieren terminar sin expresar su deseo de colaborar, con cuantos en estas prácticas, de buen manejo y gestión del agua, tienen responsabilidades en cualquier lugar donde se encuentren y donde nos lean. Sus palabras, sus planteamientos, sus opciones serán muy valiosas para nosotros, y ayudarán a que, entre todos los que del agua hacemos profesión e ilusión, ayudemos al quehacer de nuestra aldea común... 


Bibliografía

  • Barceló, M. (1989). "El diseño de espacios irrigados en al-Andalus: un enunciado de principios generales". In: El agua en zonas áridas: arqueología e historia. I Coloquio de Historia y Medio Físico. Vol. I. Almería: Diputación Provincial, pp. XXIII-L. 
  • Cano-Manuel León, J. (2000). "Las acequias de Sierra Nevada". Informe técnico del Organismo Autónomo de Parques Nacionales, Parque Nacional de Sierra Nevada. TRAGSA.
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